sábado, 3 de octubre de 2009

EL ARTE DE ARMAR CIRCOS

Circos. Pienso en ellos y por una cantidad de motivos, me generan tristeza.

Será tal vez porque son nómades, porque existe una praxis que se repite una y otra vez para armarlos y desarmarlos rápidamente.

Por la imposibilidad de arraigo y supongo, el desarrollo de una capacidad para vincularse con un lugar y su gente sabiendo que la partida es inminente y que donde estuvo posada la carpa, volverá a quedar un potrero vacío, con una zona de pasto aplastado y amarillento, con todos los pozos y marcas que enterrados a martillazos hicieron los fierros que se clavaron para sostener la estructura.

Tomo la imagen de un solo actor del mismo. Él tienen la rutina de preparar un show, quizás siempre el mismo y estereotipado acto que se repite noche tras noche conmoviéndolo mientras lo realiza, aún sabiendo que nadie ve su ser detrás del disfraz. Me quedo con imágenes, estéticas, hermosas. Esas que promueven una emoción cuasi creíble y volviendo a las imágenes, quedo inundada del ataque de sensaciones que me genera y me pregunto ¿qué esconde tras la muralla? ¿Qué tapa ese maquillaje? ¿Por qué este cuerpo necesita ser sostenido por el histrionaje?

Y siempre vuelvo a caer en mi lugar común, no puedo para de hacerme preguntas. Preguntas que por otro lado sé que no tendrán respuesta; por lo tanto sé también que me quedaré con mis hipótesis y con la curiosidad sin resolver.

Y si le pregunto al actor, me devolverá un mar de palabras en un discurso armado que forman parte del atuendo para el acto. Sólo a través de los fallidos o de saber que recurre a una palabra y no a otra sin saberlo escucho que desesperadamente siente que tiene que zafar. Tal vez hasta supone que lo estoy acorralando y como ya fue cazado una y mil veces cuando pudo salir del circo por un tiempo, se asusta y vuelve a buscar rápidamente las palabras que no le prometen nada pero que le devuelven el personaje que quiere mostrar.

Entonces dejo al actor y decido quedarme con lo que disfruté del acto. A pesar de que también escuché que encontraría una pieza maravillosa en mi excavación arqueológica, no puedo osar intrusar lo que tan meticulosamente han enterrado y callo.

Sería fascinante poder penetrar ese sentimiento y tal vez liberarlo por que la parte apasionada del artista que se expresa con sonidos instintivos, animales y salvajes; esos si los puede largar despojados de todo, el desenlace de su obra es absolutamente real; mezcla de éxtasis y sufrimiento “porque se termina”.

Y vuelvo a pensar ¡Cuántos circos visitaré sin darme cuenta! ; porque como no me gustan, compro la entrada por mi auto engaño y me quedo una vez más con esa sensación del principio cuando caigo en la cuenta de que volví al circo.

Por ahí todos armamos el circo, y entonces vendemos instantes de destreza, risas, maquillajes, magia.

¿Quién no ha sacado alguna vez una paloma de la galera? ¿Acaso no nos hemos pintado una sonrisa que se fue al lavarnos la cara a la mañana?

Entonces vuelvo a mi insomnio, ese compañero que nunca desaparece, a veces pienso que me ama tanto que nunca me va a dejar. Prendo una vela para que me regale su luz, prendo un pucho más y me siento a escribir para poder plasmar la idea y que pare de matarme la cabeza y cuando termino digo… gracias… por nada y por todo, qué se yo… una vez más comparto pensares en un espacio y largo una idea al universo para que cada uno haga lo que sienta con ella.

Y sí, es un arte armar circos… y en algunos momentos formamos parte de la función, hasta que termina o vamos varias veces hasta que el circo se va, porque en algún punto hay algo que nos atrae una u otra vez a colgarnos del trapecio a pesar del riesgo de caer al vacío.

Paz. Lera.